El tsunami que asoló las costas tailandesas en la Navidad de 2004 no tuvo sólo efectos devastadores, ya que sirvió para renovar la oferta turística del interior. Y si las playas de Phuket, Samui, Phang Na o Krabi satisfacen a cualquier turista que esté dispuesto a pasar 14 horas en un avión, las rutas interiores de Tailandia complacerán al viajero más inquieto: templos, senderismo, rutas en bici o en 4×4, navegación por ríos y turismo rural -quizá haya que decir tribal- en medio de la jungla.
Bangkok es el comienzo, con su tráfico endiablado y la contaminación. Monumentalmente, son imprescindibles el complejo del Palacio Nacional (siempre en obras), el templo del Buda Esmeralda (Wat Phra Kaeo) y el del Buda de Oro. Aunque la estancia en Bangkok sea corta, no deben perderse dos visitas: la casa de Jim Thompson, un aventurero estadounidense que se instaló en Tailandia a finales de la II Guerra Mundial y construyó un imperio de la seda, y el mercado nocturno de Pat Pong. Y sin alejarse del mercado, los famosos (y en muchos casos sórdidos) clubes nocturnos que han hecho famosa a la ciudad.
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